domingo, 26 de octubre de 2014

Pedro Arriola Bengoa, el Kurtz vasco

Había descubierto muchos poblados, y también un lago –no sabía exactamente en qué dirección, ya que era peligroso hacer demasiadas preguntas-, pero casi todas sus expediciones eran en busca de marfil”· Las líneas anteriores corresponden a la obra capital del escritor Joseph Conrad, “El corazón de las tinieblas” y hacen referencia a su personaje principal, el tratante de marfil Kurtz; un ser a caballo entre la realidad y la alucinación que encarna la desmesura y la barbarie de los primeros colonizadores europeos en África. 

Pedro Arriola Bengoa en un safari


Un nombre de ficción que sirve para ilustrar a unos seres implacables, tan dotados de determinación como faltos de escrúpulos, cuyas acciones desbordaron la capacidad de los locales para defenderse, física y psicológicamente de una invasión que fue desenfrenada, salvaje y totalmente despiadada. Como escribió Conrad el señor kurtz se presentó ante los vernáculos “con rayos y truenos y ellos no habían visto nunca nada igual, nada tan terrible”.

Pero, ¿existió Kurtz realmente? ¿Hubo en África hombres tan  expeditivos y arrojados? Pisó el mundo alguien equiparable al personaje ideado por el escritor polaco? Algunas biografías, como la del guipuzcoano Pedro Arriola Bengoa, se acercan de un modo sorprendente al mito literario. Sabemos muy poco sobre su vida. Fue el último auténtico explorador en Guinea Ecuatorial y el más osado de los que por allí pararon; se instaló en la isla Elobey Chico, como su paisano Manuel Iradier y desde allí continuó con la obra de este convirtiéndose en su auténtico heredero. El historiador Abelardo de Unzueta escribió de él: “Antes de esta fecha (1900) y en años posteriores, otra gran individualidad hispánica, don Pedro Arriola Bengoa, recorre el estuario del Muni y sus afluentes, sin más ayuda ni auxilio que su rifle y el respeto inmenso que supo inspirar a los indígenas por su valor sereno, nobleza y fortaleza, llamándole las tribus del Alto Utamboni «Nsoc-Ntang» (el Elefante Blanco), noble animal en quien ellos simbolizan las cualidades que adornaban a Arriola”. De su origen y juventud casi no sabemos nada, a excepción de que era natural de Guipúzcoa y que, al igual que los anglosajones Frederick Selous o Baden Powell, se convirtió en eso que la historiografía ha venido a definir como “cazador blanco”: figura que aunaba cualidades de explorador, cazador, guerrero y agente colonial y que tuvo su auge en el caótico interregno situado entre el fin de las exploraciones y el establecimiento de las primeras colonias.

El guipuzcoano Pedro Arriola Bengoa fue Soldado, colono, buscador de marfil y su figura inspiró numerosas novelas y relatos en las décadas de 1920 y 30. Fue el guía de numerosas expediciones españolas por Río Muni y el responsable directo de que el territorio, tras la enconada pugna con Francia, permaneciera a la postre bajo tutela española. Se suicidó tras arruinarse al intentar impulsar la explotación agropecuaria de la colonia. Hoy nadie recuerda su figura.

Arriola Bengoa arribó al Muni de la mano de la compañía Trasatlántica en 1892 y lo exploró durante nueve meses; recorrió sus afluentes, las selvas circundantes y llegó hasta donde en aquel entonces estaba el límite teórico del territorio adscrito a los españoles: el río Ubangui, afluente del Congo, en la actual República Centroafricana. Nadie había llegado tan lejos; ninguno de sus predecesores se había internado tan profundamente en un territorio lleno de tribus hostiles, fieras y enfermedades. En comparación los viajes de Iradier y Osorio fueron meros paseos; los europeos, que en el Muni no excedían los dos centenares, se concentraban en algunos poblados de la costa como Bata, Benito, Cabo San Juan y Elobey y controlaban el comercio de los ríos mediante intermediarios africanos que intercambiaban madera y otros productos, por baratijas traídas de Europa.

Otra cosa bien distinta era el comercio de marfil y caucho: tan sólo un puñado de blancos se internaba en la espesura para traer el marfil de los poblados más alejados, oficio para el que, en palabras de un contemporáneo, “había que tener madera de héroe”. El mismo autor asegura que Arriola Bengoa fue el más temerario de todos estos buscadores de marfil: “Cazando -dejó escrito el mismo autor- causaba la admiración de los más diestros por su certera puntería. Guerreando, despertaba el entusiasmo de los más valientes con su heroísmo“.

Cuando Arriola llegó a Guinea su costa y ríos estaban plagados de puestos comerciales pertenecientes a las naciones rivales de España. Como cabeza visible de la compañía Trasatlántica y debido a su influencia sobre los jefes tribales, el guipuzcoano se reveló como una pieza clave a la hora de mantener viva la llama española. Bravo Carbonell tilda sus esfuerzos por mantener el status quo de “heroicos”. Para las pocas familias de colonos españoles que, a la sazón, había en Guinea, Arriola Bengoa era un héroe. “Ha sido acompañante necesario y utilísimo por sus conocimientos de todas cuantas comisiones científicas, comerciales o políticas han ido a Guinea, a las que la compañía de Bengoa evitaba o suavizaba los choques con los pamues, guerreros reyes de los bosques”, aseguraba Bravo Carbonell. E

l territorio distaba mucho de estar pacificado y, de tanto en tanto, se producía un ataque: una barca era asaltada aquí, un puesto comercial saqueado allá… Sus acciones fueron muchas y los primeros años del siglo XX no tuvieron descanso; los guerreros tribales podrían haberle matado “una y mil veces”, según un testigo y, si no lo hicieron fue porque “los salvajes veían en Bengoa un ser sagrado e intangible. No se atrevían a matarle en la creencia de que si lo hacían la divinidad del<< bieri>> desataría su cólera contra ellos y arrasaría sus aldeas con incendios, tifones y epidemias”.

Arriola hacia el final de su vida.

Todos los testimonios dan por sentado que, ante todo, Arriola fue un gran cazador y el maestro de los que, establecida ya la colonia, operaron en Guinea; dio muerte a decenas de los animales más peligrosos, como gorilas, leopardos, elefantes, búfalos e hipopótamos. Bravo Carbonell relata alguna de estas cacerías en su libro “En la selva virgen del Muni”: “A una hora de marcha –relata- divisamos un gigantesco elefante. Arriola Bengoa amartilla el pesado fusil de culata de goma, de proyectil blindado y se adelanta. El paquidermo pace indiferente. Llama su atención gritando con voz dura, áspera, en la que se advierte un timbre metálico.

Vuelve el bruto su monstruosa cabeza. Y Bengoa, erguido, el fusil a la cara, un poco pálido, la boca contraída en nervioso rictus, el pulso sereno y firme, oprime el gatillo. La bala le rompe el cráneo, le deshace el cerebro, y el animal se desploma como herido por el rayo”. También cuenta el colono cómo, Arriola Bengoa acabó con una pareja de leopardos que, por estar en periodo de celo, amenazaban su vida y las de sus hombres; Aquella vez fue tras las fieras acompañado de un africano, el más diestro de sus porteadores, y ambos se repartieron las presas: el macho para el vasco y la hembra para el guineano: “Las fieras les han visto y rugen –dejó anotado Carbonell-. El macho mira y remira y sacude la cabeza con violencia y rapidez a uno y otro lado del cuello. No hay forma de variar el camino, porque no hay otro a seguir. Las fieras no se irán. El leopardo, sorprendido, les mira. Salta dos o tres veces con saltos ágiles, elásticos, alrededor de la hembra y parte hacia los cazadores con las fauces abiertas, mostrando la blancura de sus dientes, puntiagudos y desgarradores. Le sigue la hembra. Dos detonaciones secas, breves, rompen el silencio. El leopardo cae muerto, la hembra, rota la pierna de un balazo, avanza aún sobre el negro, que está casi al alcance de sus garras. El europeo, sereno aún ante la tragedia, la encañona y le rompe el corazón”.

El ascendiente de Arriola Bengoa sobre los jefes tribales se puso de manifiesto cuando medió en el secuestro del Comisario Regio por las tribus de Mebonde, al frente de las cuales se hallaba el rey Obama Nbañe, llamado “Rey del río” porque según Abelardo Unzueta “su poder era grande y se extendía” por las tribus del Alto Utamboni. Cuando fue secuestrado junto al Comisario Regio en el seno de una marcha de demarcación de límites por el río Utamboni, Arriola no debió de sentirse sorprendido; había accedido muchas veces al territorio alto del afluente del Muni en sus paseos para comerciar con marfil, desde el puesto avanzado de Asobla, última factoría y auténtico  puesto avanzado europeo en el río. Conocía al reyezuelo Nbañe, y este le conocía a él, y al parecer, le profesaba tal respeto que se pudo resolver felizmente el secuestro sin derramar una sola gota de sangre. El respeto que los jefes tribales le tenían a Arriola se basaba en el miedo, porque, como asegura Bravo, el vasco no dudaba en retar a duelo singular al jefe rebelde y “buscándole en la selva virgen, le daba cara a cara un tiro en el corazón sin hurtar su cuerpo al fusil del contrario”.

En aquella ocasión el secuestro se debía a que los españoles, respondiendo a un robo de mercancías, habían herido a un hombre del reyezuelo de Mebonde. Este, en respuesta, secuestró la partida del Comisario Regio –que pasaba por allí en expedición rutinaria de límites- y exigió la entrega de mercancías y del soldado que había disparado como condición para permitir escapar a la comitiva. Arriola Bengoa que había acudido a parlamentar sólo y desarmado en nombre de los secuestrados se negó a darle satisfacción; uno de los guerreros del rey, de nombre Tokó, propuso que se asesinara al vasco aprovechando que este se hallaba alejado de sus compañeros. Sin achicarse, Arriola no sólo no accedió al chantaje sino que les ordenó abonar a la autoridad española con un garrafón de vino de palma y una bolsa de yuca; respecto al que había animado a los demás para que le mataran, se acercó a él y le dijo: “Escúchame Tokó, has propuesto matarme. Tú estás armado y en compañía de gentes de tu pueblo. Yo estoy sólo y sin armas. Si quieres ven al amanecer a este mismo sitio con fusil con machete o con flechas. Te mataré como a lo que eres: un perro sarnoso”. El resto lo refiere Bravo en su obra Anecdotario Pámue (publicado en 1942): Obama Nbañe, el jefe rebelde, –relata el autor- rompió el ansia del momento: “no vendrá y debes perdonarle”, dijo. “Está bien. Adiós” respondió el vasco. Y volviendo la espalada emprendió el regreso, ante la admiración de los pamues, que exclamaron: “No hay duda: es un Dios”. Finalmente la zona quedó pacificada hasta que en Mebonde se estableció un puesto de la Guardia Colonial en 1907.

La última expedición de Arriola Bengoa data de 1909, cuando acompañó como guía a la partida científica del doctor Gustavo Pittaluga por tierras del cabo San Juan, Río Benito, Aye y Río Campo. Pittaluga, biólogo italiano al servicio de España fue un reputado científico que con el tiempo formaría parte del equipo que demostró que la malaria es trasmitida por la picadura de la hembra del mosquito “anopheles”. Pero ya no había sitio para las exploraciones y desde la creación de la Guardia Colonial en 1907, el fuerte brazo de Arriola cada vez era menos necesario. 

La economía de la colonia, no obstante, se enfrentó siempre con graves problemas; la falta de inversión de la metrópoli, la escasez de transportes marítimos, la imposibilidad de competir con productos extranjeros y la escasez de mano de obra, hicieron la situación muy difícil. La última operación conocida de Arriola es la adquisición de 1.000 hectáreas para la explotación de la palma aceitera. Se trata de mucha superficie y suponemos el negocio arriesgado; ya sea por esta o por otra causa, hoy sabemos que Arriola finalmente cayó en la penuria económica y, llevado por la desesperación, se pegó un tiro en la sien. “Bengoa –lamentaba Carbonell-, el patriarca de Guinea que, a querer hubiera sido millonario, ha dado toda su vida por su patria, por su casa, por la colonia sin acordarse de sí ni de los suyos. Ha muerto pobre y no tenía ninguna condecoración, que él en vida ni esperaba ni quería”.

A  diferencia de lo que hicieron otros aventureros y exploradores, Arriola no dejó nada escrito. Ni siquiera era amigo de ser fotografiado o de relatar sus hechos y aventuras. Todo lo que nos queda de él no es más que un puñado de retazos de informaciones y fechas engañosas. Unos aseguran que llegó a Guinea en 1887 (Enciclopedia Vasca Auñamendi), otros (Gustau Nerín, I.K. Sundiata) que lo hizo en 1898.  Estos sitúan su muerte en 1925, mientras que otros (Idoia Estornés) la adelantan a 1916 e incluso concretan que fue “un 14 de noviembre”. Lo cierto es que el libro “En la selva del Muni” de Bravo Carbonell que se editó en 1925, era una recopilación de artículos publicados en revistas en años anteriores, por lo que el explorador difícilmente pudo suicidarse en dicha fecha. Ese mismo año se publican algunas novelas, más o menos fantasiosas, basadas en sus aventuras (El fetichero blanco). Lo único seguro es que, como dijo Bravo Carbonell que lo conoció bien, Arriola “permaneció en Guinea 28 años al servicio de la Compañía Trasatlántica”. Sabemos por boca de un marino español que en 1901 Arriola llevaba “más de nueve años en Elobey”. Así que el enigma queda solventado: el vasco llegó al Muni en 1892 al servicio de la Compañía Trasatlántica. Y si hacemos caso a Carbonell debió de suicidarse en 1920. Su mausoleo espera en Malabo a aquellos que quieran aclarar definitivamente el misterio.

Como Bonelli Hernando y Valero Belenguer, Arriola fue uno de los impulsores de la primera colonización y como tal es como mínimo un personaje polémico y sospechoso. Antes de que hubiera autoridad estatal en el Muni, es uno de los encargados de castigar a los líderes rebeldes. No duda en atemorizar a los indígenas para mantener la autoridad española. Durante los primeros años del siglo XX el guipuzcoano, dejadas atrás las grandes partidas de exploración y comercio por los ríos, se volcó en negocios y actividades mercantiles, a caballo entre el Muni, donde ya era titular de una empresa comercial desde 1901, y Fernando Poo. A la isla se desplaza en 1904 como Jefe Comercial de la Compañía Trastlántica, entidad que poseía desde 1887 tres grandes fincas en la isla. Un año después adquirió las tierras altas de Riaba con la intención de crear un rancho y dedicarlas al pastoreo. Esta iniciativa le lleva a la obtención del primer galardón en el Certamen de ganadería y productos coloniales de Calabar. Debido a ello fue elegido por unanimidad como Presidente de la Cámara Agraria de la isla, y como tal, según el autor I. K. Sundiata (“From Slaving to neoslavery”) Arriola Bengoa “potenció siempre la exportación” del cacao y otros productos agrarios “de la manera más enérgica”.

Bravo Carbonell lo describe como un héroe para los primeros colonos españoles, a los que protegió y regaló toda su fortuna y esfuerzos. Asegura también que “fue consejero de las tribus y juez que resolvía las querellas”, aunque no oculta que no dudaba en abofetear a quien hablara mal de los españoles. El Subgobernador Ramos Izquierdo primero (1906) y después el Gobernador Barrera (a partir de 1910) sentaron las bases de la paz en territorio fang. Los miembros de esta etnia fueron esclavizados y enviados a la isla de Fernando Poo como braceros forzados. Barrera, según Nerín, protegía y admiraba a Arriola Bengoa, del que opinaba que era “uno de los hombres más probos, más honrados y más independientes de la colonia”. Pero cuando Barrera puso en marcha la “política de atracción” que consistía en “atraer sin conquistar”, Arriola Bengoa (a la sazón al frente de la Cámara Agraria) le respondió contundente que dicha política incruenta desprestigiaba a España y “ensoberbecía” a los indígenas. Era partidario de la mano dura: pensaba que sólo un desembarco militar en el Muni podía meter en cintura a aquella gente. Matizaba que las tropas “costarían mucho al presupuesto, pero harían patria, que es lo primero que hay que hacer si queremos que nos respeten”. Sus contemporáneos, no obstante, a menudo afirman que Arriola también era querido por los africanos, o al menos respetado, ya que se trataba de culturas guerreras que apreciaban por encima de todo el valor. “Su nombre suena más –aseguraba Martinez de la Escalera- y siempre bien en boca de pamues, vengas, bapukus, y combes, que los de los demás factores”. Emilio Borrajo Viñas, capitán de la marina, por su parte, en una conferencia para la Sociedad Geográfica de Madrid en 1902 aseguraba que “ha sabido el señor Bengoa asimilarse, en el tiempo que lleva desarrollando su cargo, al idioma y las costumbres de algunas tribus del continente, consiguiendo por su trato y buenas cualidades, rodearse de la estimación y respeto de los factores extranjeros y autoridades de la isla y el Continente”.