martes, 28 de abril de 2015

A orillas del Muni; entrevista con Javier Reverte (una entrevista de Enrique Gutiérrez Fraile).




El Estuario del Muni lo forma la confluencia de la desembocadura de los ríos Congüe, Mitong, Utamboni y Mbañe. Traza la frontera entre Guinea Ecuatorial y Gabón, en el corazón del África Ecuatorial. Describir su belleza me resulta casi imposible. Tampoco creo que con una imagen fotográfica se pueda hacer justicia a lo que se presenta ante nuestros ojos.
Aprovechando la necesidad de suministros para el proyecto de cooperación que la Asociación Africanista Manuel Iradier desarrolla en el distrito, hemos ido en cayuco a Cocobeach, en Gabón, en la otra orilla del estuario. Hemos visitado los islotes de Elobey Grande y Chico, donde el explorador vitoriano Manuel Iradier estableció su campamento base para sus exploraciones a finales del siglo XIX.

Estuario del Muni

Tras una fatigosa jornada, estamos ahora sentados a orillas del Muni. Atardece y el Sol se va poniendo al otro lado del río. Abajo, algunos cayucos salen a pescar y otros llegan con pasajeros desde Cocobeach y Akelayong. Tomamos un “contrití”, acrónimo de “country tea” en pichi, una infusión local. Los lugares que recorrió Iradier están a la vista, Punta Botika, Punta Yeke, el Congüe, las Elobeyes…
Javier, ¿Cómo empezó tu particular “Sueño de África?” 
Pues empezó en la infancia, cuando siendo un chico de la cutre postguerra, la manera de escapar de la tristeza no era otra que ir al cine a ver películas del Oeste de John Ford o leer libros de aventuras en Alaska, África, los Mares del Sur. Esas narraciones te hacían soñar con un mundo menos opresivo. Aunque yo no sabía mucho de política, me sentía oprimido por los colegios de curas y por tanta prohibición y normas absurdas que el alma de un niño no puede comprender. Esos libros, los de África en particular -Tarzán de los Monos, los libros de caza de John Hunter y ya en la adolescencia Hemingway- me hacían soñar con otros paisajes y otra vida. De ahí el título del libro. Luego, se trataba de cumplir esos sueños, una de las pocas tareas que merece la pena en esta vida.
La historia de las exploraciones europeas en África, precursoras de la evangelización, colonización y explotación, siempre me ha fascinado. Se estaban trazando los mapas del interior del “continente misterioso”. Burton, Specke, Livingstone, Stanley..
¿Quién fué, a tu parecer, el explorador africano por excelencia?
Hay tres: David Livingnstone, que fue a convertir almas y se transformó en el adalid de la  lucha contra la esclavitud; Pierre Savorgnan de Brazza, por su honestidad, que enamoró a los propios africanos, y además por sus cualidades de gran explorador; y Joseph Thompson, que cruzó a pie el País Masai apenas sin armas.
Este último es el menos famoso y el que, quizás, más me gusta. Y me gusta, sobre todo, porque no era un hombre ambicioso ni pretendía probar nada ni ganar celebridad. Simplemente trataba de demostrar, por encargo del gobierno británico, que el supuestamente peligroso territorio Masai no lo era tanto y que, si uno viajaba sin ánimo de lucro, podía llegar a acuerdos con los clanes y alcanzar el lago Victoria sin problemas. Thompson murió a su regreso a Gran Bretaña, víctima de la malaria, y poco antes de morir dijo: "Si pudiera levantarme y ponerme las botas, volvería a África para vagar sin rumbo. No soy un explorador, ni un militar, ni un empresario..., soy solamente un vagabundo". Mi libro "Vagabundo en África" se inspira en esa frase.

La localidad de Cogo, en la orilla del Muni


En ese libro nos llevas por el Congo tras los pasos de Conrad, en busca del Horror. La historia del Congo es realmente dramática y sigue siéndolo hoy en día.
La historia del Congo -el antiguo "belga"- es una  historia atroz. En los días de Leopoldo II de Bélgica, a finales del XIX y principios del XX, se convirtió en el episodio colonial más depravado. Los agentes de Leopoldo obligaban a los nativos a hacer trabajos forzados y los mutilaban o ejecutaban si no cumplían con los obligatorios cupos de producción. Conrad, que viajó allí contratado por los belgas, quedó espantado ante lo que vio y escribió un maravilloso y terrible libro sobre ello, "El corazón de las tinieblas". Quien quiera saber qué fue el África colonial debería leerlo.
En el origen de esta tragedia, Stanley, el explorador, tiene un importante papel. ¡Qué personaje, este Stanley!
Era un tipo tan cruel como genial. Escribía, además, muy bien, como un gran reportero, pero pasaba por encima de quien fuera con tal de lograr sus objetivos, era implacable. Me gusta poco. Y a los africanos les gustaba menos, pues les trataba como a esclavos y parece que llegó a matar a algunos de sus hombres cuando consideraba que no hacían bien su trabajo. Nada le recuerda en África, ni un solo nombre, en tanto que los africanos han respetado la memoria de Livingstone y de Brazza.
Tu experiencia en el Río Congo también fue sobrecogedora
Fue la ocasión en que más cerca he estado de la muerte, o al menos así lo sentí. Y eso me enseñó a apreciar más la vida. Morir es gratuito y muy sencillo y, en el fondo, somos tan frágiles como los insectos.
Las historias de las exploraciones van casi siempre unidas a los grandes ríos. También en tu obra literaria los ríos están siempre omnipresentes, como si tuvieran su propia vida. Entre todos, el Nilo, cuna de civilizaciones y origen de misterios insondables desde tiempos de Ptolomeo
Más que un río, el Nilo  es un mito. Nace de "las bocas del cielo", así lo señalaban los antiguos egipcios. Y  es un río "madre", en la medida que va pariendo huertas y creando vida en medio de los desiertos. Es un río lleno de literatura y de  historia.
Contemplando el estuario no podemos dejar de pensar en Iradier. Tras entrevistarse con Stanley en Vitoria se lió la manta y con su mujer y cuñada, y grandes dosis de osadía y escasos medios, se vino a explorar esta zona.
A Iradier lo considero un adelantado de su tiempo, un español que, en un país de poca monta y en plena decadencia, se propone convertirse en explorador y traerse para España una parte del "pastel" de África. Hay que decir en su descargo que él era un hombre de su tiempo y que, como todos los europeos, consideraba el continente como un territorio de reparto para los imperios coloniales. Pero creo que siempre puso por delante su interés científico al de apropiación.
Otros exploradores españoles, como Iradier, han pasado al olvido. Me vienen a la memoria Pedro Páez, Ali Bey
Ali Bey y Pedro Páez me sorprenden. Tanto por cu capacidad intelectual -eran más curiosos que imperialistas- como por su imponente valor. Páez fue el primero en llegar al Nilo Azul y Bey, mucho antes que Speke y Burton, tenía en la cabeza dirigirse a unos supuestos lagos del interior en donde él creía que nacía el Nilo Blanco, o sea: el Nilo total. No llegó porque le mataron las fiebres. Si llega hacerlo, tendríamos en la nómina de exploradores a los dos descubridores del Nilo. Imagina a partir de ahí: un catalán, Bey (o Domingo Badia, que tal era su nombre); un madrileño, Páez; un vasco, Iradier; y un andaluz, Yauder Pachá (llamado por otros, Joder Pachá), el mercenario que conquistó Tombuctú para el sultán de Marruecos. Eso sí que sería una España magnífica, unida por la aventura; no la de las banderas.
Decían que Ali Bey era espía de Godoy.
Era, sobre todo,  un liante. Pretendía irse de viaje, explorar y tener experiencias por el Norte de África. Y lió a Godoy haciéndole creer que podía viajar a aquellas regiones y provocar un levantamiento en favor de España para adquirir nuevos territorios. Todo era un camelo. A Napoleón, después de la Guerra de la Independencia, cuando se tuvo que exiliar en París por afrancesado, le  hizo lo mismo en su segundo viaje, en el que murió de fiebres.
De Páez se creyó durante mucho tiempo que era portugués hasta que tú, en tu libro “Dios, el diablo y la aventura” descubres para el gran público su origen español.
 Alan Moorehead lo presenta como portugués en su libro "El Nilo Azul". Pero en otros trabajos menos conocidos, se dice ya que era español y natural de un pueblo que hoy forma parte de la Comunidad de Madrid, Olmeda de las Fuentes, llamado entonces Olmeda de la Cebolla, un nombre mucho más bonito.
¿Para cuándo una edición en español de su obra?
La edición española la está preparando la Fundación Al-Andalus, de Granada,  que curiosamente dirige un amigo mío que se llama Jerónimo Páez. No, no es pariente..., porque el jesuita Pedro Páez no dejó descendencia, que se sepa. No sé cuándo saldrá el libro. Lleva más de un año traduciéndose. Páez lo escribió en portugués porque era un informe para sus jefes jesuitas  de Goa, que eran portugueses.
En el contexto africano has cultivado también la novela. “El médico de Ifni” es un ejemplo. Además, relacionado con una excolonia española. Ahora veo que escribes y escribes mientras recorres el Río Muni.
Guinea siempre me ha interesado como paisaje para una narración, porque es parte de nuestra historia  y se ha escrito muy poco sobre ello. Tenía ganas de venir y hacer un libro. Y lo haré. Cogo, en particular, me ha parecido un lugar muy peculiar y atractivo, perdido en un rincón de África, lleno de belleza y drama. Es el espacio ideal para una novela. A ver qué tal sale.
Eres miembro de la Asociación Africanista Manuel Iradier. Hemos podido ver los proyectos que estamos desarrollando en el Estuario del Muni. Ahora que la gente se cuestiona la auténtica finalidad de algunas ONGs ¿Qué te parece lo que has visto? ¿Cómo ves la herencia de Iradier?
 Con las ONG pasa como con todo, unas están muy bien y otras son una patochada. La  Asociación Africanista me parece ejemplar: porque trabaja con los medios que tiene a su mano dándolo todo en un distrito, Cogo, en  el  que no hay nada. Si la Africanista se fuera, ¿qué quedaría aquí? En cuanto a la herencia de Iradier, es la mejor posible. El nació en tiempos de expansión colonial y de conquista, pero también de investigación exploradora y científica. Ahora son días de solidaridad. Supongo que se sentiría orgulloso de vivir hoy.
Enrique Gutiérrez Farile y Javier Reverte


El Sol cae súbitamente en estas latitudes, como una cortina que se corre de repente. Pasamos del día a la noche cerrada en apenas quince minutos. El sonido de los insectos se apodera del ambiente y nosotros nos retiramos huyendo de los molestos y peligrosos mosquitos. A lo lejos suena un tam tam, la secta del M’buti comienza su ceremonia iniciática. Pero eso es ya otra historia.
Enrique Gutiérrez Fraile
Asociación Africanista Manuel Iradier