Querida Ido, amada:
Soy Aitor, tu Aitor. Te hablo hacia dentro porque afuera no estás. Ya
no estás. Por eso he decidido hacer magia; un truquito que te robe del cielo y
te plante en mi alma. Voy a abrirte un espacio entre mi pecho y mi espalda. Vivirá
allí tu sonrisa cálida y esa mirada de lista tan de tu casa. Así podremos jugar otra
vez fuera del tiempo; desdeñar el ocaso por la alborada.
Parece que
fue ayer cuando nos hicimos amigos en aquel viaje por Europa en furgoneta.
Dejaste entonces de ser la hermana de Pablo y la novia de Alberto, para ser mi
amiga. Treinta días juntos, riendo y llorando, pasándolo en grande. Allí descubrí a Ido, mi Ido: Confidente, divertida, preocupada siempre por tus amigos.
Te ganaste a
pulso un hueco en mi vida y ya nunca dejamos de compartir momentos: en las
calles de Vitoria y de Madrid; bajo las luces de Menorca y de Cullera; y en los
espacios cortos: en tu casa, en la mía, en los bares, en la terraza de tus
padres... Me presentaste a mi mujer, Lucía, en el seno de dos viajes a la
nieve. Y -yo lo sé- hiciste todo lo posible para juntar a dos almas que intuías
gemelas. Te saliste con la tuya y nos volvimos inseparables los cuatro. Alberto
y tú. Lucía y yo. Y, cuando llegaron, también los niños: Javier, Diego y
Silvia; y Aitana y Jorge.
Gracias a ti
-no lo dudes- fuimos felices, porque la alegría se construye en un sinfín de
momentos cálidos y cercanos. La felicidad no es sino un amor compartido que se
repite en los rincones domésticos. Se hará muy raro ir a buscar a los niños a
inglés y no verte aparecer con esa sonrisa que no te la quitó nadie, ni aún la
certeza de una muerte anunciada. Me duele el alma al saber que no estarás para
el aperitivo, mientras los niños juegan en los columpios, en las terrazas de El
Prado, El Estadio o Amárica. Pero te prometo ser fuerte como lo fuiste tú, como
lo está siendo Alberto (estarías orgullosa de él) para evitar que el barco
zozobre. Pero a cambio tendrás que ayudarme, volviendo conmigo cuando te
piense, acompañándome siempre como en aquel primer viaje en furgoneta.
Querida
Ido, amada:
Soy Lucía, tu Lucía. Te hablo hacia el alma porque tu cuerpo no está.
Ya no está. Pero no voy a dejar que te vayas; plantaré tu semilla en mi tierra
soñada; serás en mi jardín lirio de gua y calor en mi morada. Seguirás poniendo
la sal de mi jornada. El ayer se unirá al presente y la noche con la mañana.
Voy a rescatarte cada día con una nana.
Tenía 24 años, -tú
ya 25 que siempre has sido seis meses mayor- y empezaba mi primer trabajo. Era un
3 de noviembre de 2003. Me pusieron en una mesa a tu lado y ya nada fue lo
mismo. Desde entonces hemos estado literalmente “pegadas”; durante quince años
compartiéndolo todo. Imposible resumir una
vida llena de momentos, imposible sintetizar “nuestra amistad perfecta”. Hemos
vivido tantas cosas Ido, hemos sido tan felices "confabulando",
"retroalimentándonos” (como diría Elena); nos hemos prestado nuestras
familias, nuestros hermanos, nuestros amigos. Y lo hemos disfrutando tanto…
El 7 de febrero de 2009 hablé en tu
boda. No pude hacerlo en tu despedida. Pero de haber tenido fuerzas lo habría hecho. Y volvería a
recorrer contigo la vida, aun conociendo el final. Volvería a pasar por todo
este dolor, porque me ha compensado tanto tenerte… No me has podido dar más, Ido; me has dado a Aitor, me has dado a Elena y a Marga, me has hecho madrina.
Y, sobre todo, me has querido tanto, que yo solo sé “que sin ti duele más” y
que “quiero que vengas conmigo a cualquier otra parte”.
Querida
Ido, amada:
Somos Aitor y Lucía: Tu Aitor y tu Lucía. No por anunciados,
los inviernos son más suaves. Y así nos has dejado, desorientados, perdidos,
sumidos en las penumbras en las que, sin embargo, nunca quisimos creer. A tus
40 años, te has marchado como las buenas y las valientes: repartiendo tesoros en forma de instantes
bellos; insuflando vida a todos los que te amaban: a tus hijos y a
tus hermanos; a tu marido, a tus suegros y a tus padres; a tus compañeros de trabajo y a tus
amigos; y encarando tu enfermedad con el valor de la madre que se sabe responsable
de tres niños pequeños.
Serena
y dura como una gema, nada parecía hacerte mella: "Tan solo pido
vivir un poco más para ver a mis hijos más crecidos", comentaste a algún
amigo próximo. Sin rastros de amargura, siempre pensando en el resto; empeñada en
envolvernos en tus luces un día más, un mes más, un año más. No ha podido ser.
Te nos has ido.
Pero queremos despedirnos
diciéndote que tu vida no ha sido en vano; que seguiremos descubriendo tu
sonrisa bajo las hojas de Leortza, y atisbando tu silueta bajo las noches de Cullera; serena ante la muerte, vital ante la vida. Genuina.
Bella por dentro y por fuera. Siempre Ido, nuestra Ido querida y amada.
Contigo siempre...
Aitor Salazar Comet y
Lucía Rodríguez Mosquera