El Estuario del
Muni lo forma la confluencia de la desembocadura de los ríos Congüe, Mitong,
Utamboni y Mbañe. Traza la frontera entre Guinea Ecuatorial y Gabón, en el
corazón del África Ecuatorial. Describir su belleza me resulta casi imposible.
Tampoco creo que con una imagen fotográfica se pueda hacer justicia a lo que se
presenta ante nuestros ojos.
Aprovechando la
necesidad de suministros para el proyecto de cooperación que la Asociación Africanista
Manuel Iradier desarrolla en el distrito, hemos ido en cayuco a Cocobeach, en
Gabón, en la otra orilla del estuario. Hemos visitado los islotes de Elobey
Grande y Chico, donde el explorador vitoriano Manuel Iradier estableció su
campamento base para sus exploraciones a finales del siglo XIX.
Estuario del Muni |
Tras una
fatigosa jornada, estamos ahora sentados a orillas del Muni. Atardece y el Sol
se va poniendo al otro lado del río. Abajo, algunos cayucos salen a pescar y
otros llegan con pasajeros desde Cocobeach y Akelayong. Tomamos un “contrití”,
acrónimo de “country tea” en pichi, una infusión local. Los lugares que
recorrió Iradier están a la vista, Punta Botika, Punta Yeke, el Congüe, las
Elobeyes…
Javier, ¿Cómo
empezó tu particular “Sueño de África?”
Pues empezó en la infancia, cuando siendo un chico de la cutre
postguerra, la manera de escapar de la tristeza no era otra que ir al cine a
ver películas del Oeste de John Ford o leer libros de aventuras en Alaska,
África, los Mares del Sur. Esas narraciones te hacían soñar con un mundo menos
opresivo. Aunque yo no sabía mucho de política, me sentía oprimido por los
colegios de curas y por tanta prohibición y normas absurdas que el alma de un
niño no puede comprender. Esos libros, los de África en particular -Tarzán
de los Monos, los libros de caza de John Hunter y ya en la adolescencia Hemingway-
me hacían soñar con otros paisajes y otra vida. De ahí el título del libro.
Luego, se trataba de cumplir esos sueños, una de las pocas tareas que merece la
pena en esta vida.
La historia de
las exploraciones europeas en África, precursoras de la evangelización,
colonización y explotación, siempre me ha fascinado. Se estaban trazando los
mapas del interior del “continente misterioso”. Burton, Specke, Livingstone,
Stanley..
¿Quién fué, a tu
parecer, el explorador africano por excelencia?
Hay tres: David Livingnstone, que fue a convertir almas y
se transformó en el adalid de la lucha contra la esclavitud; Pierre
Savorgnan de Brazza, por su honestidad, que enamoró a los propios
africanos, y además por sus cualidades de gran explorador; y Joseph
Thompson, que cruzó a pie el País Masai apenas sin armas.
Este último es el menos famoso y el que, quizás, más me gusta. Y
me gusta, sobre todo, porque no era un hombre ambicioso ni pretendía
probar nada ni ganar celebridad. Simplemente trataba de demostrar, por
encargo del gobierno británico, que el supuestamente peligroso territorio Masai
no lo era tanto y que, si uno viajaba sin ánimo de lucro, podía llegar a
acuerdos con los clanes y alcanzar el lago Victoria sin problemas. Thompson
murió a su regreso a Gran Bretaña, víctima de la malaria, y poco antes de morir
dijo: "Si pudiera levantarme y ponerme las botas, volvería a África para
vagar sin rumbo. No soy un explorador, ni un militar, ni un empresario..., soy
solamente un vagabundo". Mi libro "Vagabundo en África" se
inspira en esa frase.
La localidad de Cogo, en la orilla del Muni |
En ese libro nos
llevas por el Congo tras los pasos de Conrad, en busca del Horror. La historia
del Congo es realmente dramática y sigue siéndolo hoy en día.
La historia del Congo -el antiguo "belga"- es una
historia atroz. En los días de Leopoldo II de Bélgica, a finales del XIX y
principios del XX, se convirtió en el episodio colonial más depravado. Los
agentes de Leopoldo obligaban a los nativos a hacer trabajos forzados y los
mutilaban o ejecutaban si no cumplían con los obligatorios cupos de producción.
Conrad, que viajó allí contratado por los belgas, quedó espantado ante lo que
vio y escribió un maravilloso y terrible libro sobre ello, "El corazón de
las tinieblas". Quien quiera saber qué fue el África colonial debería
leerlo.
En el origen de
esta tragedia, Stanley, el explorador, tiene un importante papel. ¡Qué
personaje, este Stanley!
Era un tipo tan cruel como genial. Escribía, además, muy bien,
como un gran reportero, pero pasaba por encima de quien fuera con tal de lograr
sus objetivos, era implacable. Me gusta poco. Y a los africanos les gustaba
menos, pues les trataba como a esclavos y parece que llegó a matar a algunos de
sus hombres cuando consideraba que no hacían bien su trabajo. Nada le recuerda
en África, ni un solo nombre, en tanto que los africanos han respetado la memoria de Livingstone y de Brazza.
Tu experiencia
en el Río Congo también fue sobrecogedora
Fue la ocasión en que más cerca he estado de la muerte, o al menos así
lo sentí. Y eso me enseñó a apreciar más la vida. Morir es gratuito y muy
sencillo y, en el fondo, somos tan frágiles como los insectos.
Las historias de
las exploraciones van casi siempre unidas a los grandes ríos. También en tu
obra literaria los ríos están siempre omnipresentes, como si tuvieran su propia
vida. Entre todos, el Nilo, cuna de civilizaciones y origen de misterios
insondables desde tiempos de Ptolomeo
Más que un río, el Nilo es un mito. Nace de "las bocas del
cielo", así lo señalaban los antiguos egipcios. Y es un río
"madre", en la medida que va pariendo huertas y creando vida en medio
de los desiertos. Es un río lleno de literatura y de historia.
Contemplando el
estuario no podemos dejar de pensar en Iradier. Tras entrevistarse con Stanley en
Vitoria se lió la manta y con su mujer y cuñada, y grandes dosis de osadía y
escasos medios, se vino a explorar esta zona.
A Iradier lo considero un adelantado de su tiempo, un español que, en
un país de poca monta y en plena decadencia, se propone convertirse en
explorador y traerse para España una parte del "pastel" de África.
Hay que decir en su descargo que él era un hombre de su tiempo y que, como
todos los europeos, consideraba el continente como un territorio de reparto
para los imperios coloniales. Pero creo que siempre puso por delante su interés
científico al de apropiación.
Otros
exploradores españoles, como Iradier, han pasado al olvido. Me vienen a la
memoria Pedro Páez, Ali Bey
Ali Bey y Pedro Páez me sorprenden. Tanto por cu capacidad intelectual
-eran más curiosos que imperialistas- como por su imponente valor. Páez fue el
primero en llegar al Nilo Azul y Bey, mucho antes que Speke y Burton, tenía en
la cabeza dirigirse a unos supuestos lagos del interior en donde él creía que
nacía el Nilo Blanco, o sea: el Nilo total. No llegó porque le mataron las
fiebres. Si llega hacerlo, tendríamos en la nómina de exploradores a los dos
descubridores del Nilo. Imagina a partir de ahí: un catalán, Bey (o Domingo
Badia, que tal era su nombre); un madrileño, Páez; un vasco, Iradier; y un
andaluz, Yauder Pachá (llamado por otros, Joder Pachá), el
mercenario que conquistó Tombuctú para el sultán de Marruecos. Eso sí
que sería una España magnífica, unida por la aventura; no la de las
banderas.
Decían que Ali
Bey era espía de Godoy.
Era, sobre todo, un liante. Pretendía
irse de viaje, explorar y tener experiencias por el Norte de África. Y lió a Godoy
haciéndole creer que podía viajar a aquellas regiones y provocar un levantamiento
en favor de España para adquirir nuevos territorios. Todo era un camelo. A
Napoleón, después de la Guerra
de la Independencia,
cuando se tuvo que exiliar en París por afrancesado, le hizo lo
mismo en su segundo viaje, en el que murió de fiebres.
De Páez se creyó
durante mucho tiempo que era portugués hasta que tú, en tu libro “Dios, el
diablo y la aventura” descubres para el gran público su origen español.
Alan
Moorehead lo presenta como portugués en su libro "El Nilo Azul". Pero
en otros trabajos menos conocidos, se dice ya que era español y natural de un
pueblo que hoy forma parte de la
Comunidad de Madrid, Olmeda de las Fuentes, llamado entonces
Olmeda de la Cebolla,
un nombre mucho más bonito.
¿Para cuándo una
edición en español de su obra?
La edición española la está preparando la Fundación Al-Andalus,
de Granada, que curiosamente dirige un
amigo mío que se llama Jerónimo Páez. No, no es pariente..., porque el jesuita
Pedro Páez no dejó descendencia, que se sepa. No sé cuándo saldrá el libro. Lleva
más de un año traduciéndose. Páez lo escribió en portugués porque era un informe
para sus jefes jesuitas de Goa, que eran
portugueses.
En el contexto
africano has cultivado también la novela. “El médico de Ifni” es un ejemplo. Además,
relacionado con una excolonia española. Ahora veo que escribes y escribes
mientras recorres el Río Muni.
Guinea siempre me ha interesado como paisaje para una narración,
porque es parte de nuestra historia y se
ha escrito muy poco sobre ello. Tenía ganas de venir y hacer un libro. Y lo
haré. Cogo, en particular, me ha parecido un lugar muy peculiar y atractivo,
perdido en un rincón de África, lleno de belleza y drama. Es el espacio ideal
para una novela. A ver qué tal sale.
Eres miembro de la Asociación
Africanista Manuel Iradier. Hemos podido
ver los proyectos que estamos desarrollando en el Estuario del Muni. Ahora que
la gente se cuestiona la auténtica finalidad de algunas ONGs ¿Qué te parece lo
que has visto? ¿Cómo ves la herencia de Iradier?
Con las ONG pasa como con todo, unas están muy bien y otras son
una patochada. La
Asociación
Africanista me parece ejemplar: porque trabaja
con los medios que tiene a su mano dándolo todo en un distrito, Cogo, en el que
no hay nada. Si la
Africanista se fuera, ¿qué quedaría aquí? En cuanto a la
herencia de Iradier, es la mejor posible. El nació en tiempos de expansión
colonial y de conquista, pero también de investigación exploradora y
científica. Ahora son días de solidaridad. Supongo que se sentiría orgulloso de
vivir hoy.
Enrique Gutiérrez Farile y Javier Reverte |
El Sol cae súbitamente
en estas latitudes, como una cortina que se corre de repente. Pasamos del día a
la noche cerrada en apenas quince minutos. El sonido de los insectos se apodera
del ambiente y nosotros nos retiramos huyendo de los molestos y peligrosos
mosquitos. A lo lejos suena un tam tam, la secta del M’buti comienza su
ceremonia iniciática. Pero eso es ya otra historia.
Enrique
Gutiérrez Fraile
Asociación Africanista Manuel Iradier
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