domingo, 2 de noviembre de 2014

Alejandro Labaka, mito y misterio de un obispo que murió alanceado


El religioso vasco fue asesinado hace un cuarto de siglo por miembros de la tribu tagaeri a quienes intentó proteger. Sin embargo hoy quedan muchos cabos por atar. ¿por qué el helicóptero que le asistía lo abandonó en territorio hostil y no regresó hasta el día siguiente? Sus compañeros capuchinos señalan que su  muerte, llena de incógnitas y cabos sueltos, pudo deberse a una conspiración urdida por las petroleras

Alejandro e Inés junto al helicóptero que les llevaría hasta su muerte a manos de los tagaeri (fuente: capuchinos de Ecuador).



El 21 de julio de 2012 se cumplieron 25 años de la muerte, en las selvas amazónicas del Ecuador, del Obispo y hermano capuchino Alejandro Labaka Ugarte y de la monja Inés Arango, misionera terciaria de la misma orden. Nunca antes, ni siquiera en los turbulentos siglos de la conquista de América, un prelado había caído en primera línea, bajo las lanzas de un puñado de indígenas desnudos. Sucedió en 1987 en los bosques profundos del Oriente ecuatoriano, entre los ríos Cuchillacu y Tiguino en el corazón de lo que hoy es el Parque Nacional del Yasuní. Un helicóptero alquilado bajó a Labaka y su compañera a un claro donde se levantaba una choza perteneciente a los indios tagaeri. El vasco descendió primero y se despojó de las ropas. Inés guardó el pañuelo que cubría su cabeza y se quitó los zapatos. No había rastro de los indígenas y el helicóptero se alejó, prometiendo volver al poco rato. Pero no lo hizo. Regresó al día siguiente para toparse con una escena dantesca: Labaka y Arango han fracasado en su intento de hacer amistad con los tagaeri. El cadáver del primero yace recostado sobre un tronco, en mitad de un claro, con 84 lanzas y otros tantos orificios traspasándole el cuerpo. Lo que queda de Inés aparece después, junto a la cabaña, con 21 lanzas en su carne y una expresión de sufrimiento tal que su visión espeluzna a la tripulación de la aeronave. De los indios, ni rastro. ¿Qué pudo suceder? ¿Por qué el Obispo y la monja se empeñaron en contactar con una tribu tan hostil? ¿Por qué no regresó el helicóptero? Existen muchas incógnitas y algunos cabos sueltos en torno a la muerte de los misioneros.

Alejandro e Inés en pleno trabajo (fuente: capuchinos de Ecuador).


La última guerra india
El lugar donde murió Labaka se encuentra en el corazón de la Zona Intangible, o territorio reservado –desde 1999- por el Gobierno de Ecuador a los taromenane y tagaeri, dos clanes de la etnia huaorani que permanecen en aislamiento voluntario. En la práctica, por desgracia, la zona es violada de continuo por los empleados de las compañías petroleras y por madereros ilegales. Hay guerra bajo los árboles y, aunque los indígenas se han llevado la peor parte, de tanto en tanto salen de la espesura y asesinan a colonos inocentes.
Los orígenes del conflicto se remontan a los años 70, cuando, el empuje de las petroleras –que operan en Ecuador desde fines del siglo XIX- empezó a desplazar a los indígenas de sus territorios tradicionales. Estos respondieron con las lanzas, sólo para caer masacrados por las armas de fuego de los invasores. El mismísimo Tagae, el jefe que dio nombre al clan tagaeri, murió tiroteado por el cocinero de un pozo petrolífero. Para entonces Labaka ya era conocido entre los clanes huaorani contactados. Durante años se había dedicado a aprender a hablar, vestir, comer y vivir como ellos. Tras la matanza –en 1977- de tres obreros perpetrada por los “intangibles”, el vasco echó sobre sus hombros la responsabilidad de mediar entre las partes y restablecer la paz. Asistió y ayudó a los colonos pobres y defendió los derechos de los tagaeri frente a las compañías y gobierno ecuatoriano.

Cartel que precede a la Zona Intangible (foto del autor).


Muerte entre los árboles
Las muertes de Alejandro e Inés no fueron las últimas de esta guerra demencial. Los ataques de los tagaeri-taromenane se multiplican, sobretodo, en torno a las carreteras abiertas por las petroleras y en las riberas de dos ríos: el Cononaco Chico y el Cuchillacu. Cerca de la carretera conocida como Via Auca, Tepa, la nonagenaria  hermana del legendario Tagae me relata la matanza de leñadores sucedida junto al bloque Armadillo, en marzo de 2008. “Eran un grupo de hombres que serraban árboles de chuncho y cedro; llegaron de improviso y los cogieron desprevenidos. Uno de los hombres, José Castellanos, quedó alanceado como un alfiletero y murió al instante”. Tal y como nos aclara, este ataque respondió a otra matanza de indígenas perpetradas pocos meses antes por los colonos. La prohibición del Gobierno de entrar en la Zona Intangible es ignorada una y otra vez.

 
Pude entrevistar a Tepa, la hija de Tagae, el mítico jefe tagaeri (foto del autor).


El maderero José Castellanos fue atacado y muerto mientras trabajaba en territorio intangible (fuente: policía de Ecuador).


El río Cuchillacu
Tras diez días en la Zona Intangible, navego por el río Tiguino, escenario de la muerte de Monseñor e Inés Arango, pero no encuentro sino selva y soledad, y, de tanto en tanto, algún cazador huaorani solitario. Más abajo, en la comunidad Bonamo, ya en el rio Cononaco, me cuentan que ya no hay tagaeri en el lugar donde murió Labaka. Los responsables de su muerte escaparon por temor a represalias a las riberas del río Cuchillacu.  Les pido que me lleven en sus canoas a motor y me depositen al comienzo de ese río para poderlo descender en mi kayak, el “Tritón”. En un principio, se niegan con rotundidad, pues me explican que, debido a la estrechez de la corriente, en caso de ataque desde la orilla, sus largos esquifes a motor no pueden dar la vuelta con velocidad y escapar río abajo. Al final, tras ofrecerles el kayak a cambio, aceptan llevarme, aunque se  muestran nerviosos mientras remontamos el río, y me enumeran los nombres de varios leñadores que han sido asesinados allí.

El autor del reportaje en las cercanías del lugar donde murió Alejandro (foto del autor).


Asesinados por la comida
Por suerte, mi descenso del Cuchillacu, aunque resulta una experiencia turbadora y solitaria, termina felizmente. En la desembocadura me esperan Bartolo y Caiga Baihua, de la tribu huaorani, preocupados por mi seguridad. Opinan que Labaka fue una suerte de alucinado suicida y no pueden ocultar que no comprenden su afán por “molestar” a los tagaeri, pues “aquí no se le había perdido nada”. De la acción aculturadora de los misioneros opinan que “solo queremos que nos dejen vivir”. Su hermano Otobo cree que fue la comida que llevaba Alejandro lo que provocó la agresión. “Los tagaeri, como nos pasó a nosotros la primera vez que probamos la comida artificial, se sintieron indispuestos tras comer los víveres que traían Alejandro e Inés. Creyeron que les habían envenenado y los ancianos de la tribu los mataron con sus lanzas”, asegura.

Miembro de las comunidades huaorani del río Cononaco (foto del autor).


La historia de Omatuki
Sin embargo, la verdad sobre el final de Alejandro Labaka me la cuenta el Capuchino navarro (nació en Guembe aunque vive en Ecuador desde 1985) Txarly Azcona en el Vicariato Apostólico de la ciudad de Coca. “Supimos lo que les pasó a Alejandro y a Inés gracias a Omatuki, una niña tagaeri que fue capturada en 1993 por los huaorani del río Tiguino. Omatuki nos contó cómo su grupo mató al <<hombre gordo>> (Alejandro Labaka)”. Al parecer, Alejandro e Inés fueron recibidos amigablemente por las mujeres, pues los hombres estaban cazando. Cuando estos regresaron se precipitaron los acontecimientos. El jefe, un guerrero anciano, tras discutir con las mujeres, cogió a Alejandro del pelo y le atravesó con su lanza. Al instante le imitaron los demás”. Pero la peor parte se la llevó la pobre Inés, como asegura Txarly con un hilo de voz: “Alejandro murió con rapidez, pero Inés pudo verlo todo. Las mujeres la escondieron en una choza y la defendieron todo lo que pudieron, pero, al final, fue descubierta. La mató un guerrero joven introduciéndole una lanza en la vagina”. Terrible final para quienes buscaban la salvación del pueblo tagaeri.

Pescadores huaorani en el río Shiripuno.


Acción desesperada
Cuando le pregunto a Txarly sobre la razón y el empeño de Alejandro de “pacificar” a los indígenas, él me responde esclarecedor. “La gente piensa que Alejandro quería evangelizar a los tagaeri, que le movía un afán proselitista, pero se equivocan. El 17 de julio de 1987, pocos días antes de su muerte, en una reunión con los altos representantes de Petrobrás salió decidido a introducirse en el territorio de los intangibles. La razón la sabemos hoy: se había enterado de que un antropólogo contratado por las petroleras, comandaba un ejército destinado a echar a los indios de su territorio o borrarlos del mapa. Alejandro pensó que sería capaz de convencer a los tagaeri para que se mudaran pacíficamente. Pero fracasó”.

Alejandro con los huaorani (fuente: Capuchinos de Ecuador).


Una muerte sospechosa
Azcona, que me enseña una de las lanzas que mataron a Moseñor que guardan los capuchinos de Coca, también me traslada sus sospechas sobre la actitud de la tripulación del helicóptero que llevó a los misioneros, y que estaba a sueldo de las petroleras. “Según lo acordado debía volver una hora más tarde, pero –según aseguró el piloto- se perdió en la selva; nunca volvió, según la tripulación, porque tenían que <<atender otros recados>>”. No regresó hasta el día siguiente, con los resultados que conocemos. Pero –enfatiza el capuchino navarro- ¿quién se va a hacer encargos cuando ha dejado a dos personas en un campamento de indígenas hostiles?”. La información que nos traslada el misionero hace recaer terribles sospechas sobre las empresas dedicadas a la extracción del combustible fósil para quienes “Labaka era un estorbo. Muchos piensan que la tripulación del helicóptero estaba sobornada y que, de haber vuelto cuando prometieron, Alejandro e Inés seguirían vivos”.

El cadáver de Alejandro yace frente a una maloca tagaeri (fuente: capuchinos de Ecuador).



De la estirpe de Urdaneta
Como asegura el hermano Azcona, que le conoció, si en algo resaltaba Alejandro Labaka era en su humildad. “A pesar de su condición de obispo siempre encontraba tiempo para escuchar a todos, y lo hacía con gran atención y de tú a tú, fuera quien fuera”. Sin duda fue esta particularidad de su carácter la que le llevó a dejarse la vida luchando por los derechos de aquellos que no tienen voz. Para visitar a sus amigos, los indios huaorani -una de cuyas familias le adoptó como hijo- Alejandro se desnudaba y adoptaba todas sus costumbres. Debido a ello le pusieron el apelativo de “el misionero desnudo”.

Era un misionero clásico, muy vasco, de la estirpe de Urdaneta y Francisco Javier. Nació en 1920 en un caserío de Beizama, Guipúzcoa, en el seno de una familia de 11 miembros; se ordenó capuchino –bajo el nombre de Manuel de Beizama- siguiendo el ejemplo de su hermano Manuel.

Alejandro en Italia junto al padre Pío (fuente: capuchinos de Ecuador).


Misionero en China y Ecuador
Los primeros años de Alejandro en las filas de su congregación –que aprovechó para estudiar Filosofía y Teología- coincidieron con la Guerra Civil y La Segunda Guerra Mundial. Fueron años de tragedias terribles que convencieron al religioso de que su misión en la vida era ayudar en los lugares más recónditos  y expuestos. “Mi alegría sería inmensa si el Espíritu santo se dignase escogerme, mediante su Reverencia, para extender la Iglesia y salvar las almas en las misiones, que propiamente puedan considerarse como tales y, sobre todo, en países de más dificultad y donde más haya que sufrir”, le escribió a su superior. Sus deseos se vieron colmados cuando le enviaron a la misión capuchina avanzada en la región china de Kansu, donde cumplió su labor de 1947 a 1953. Desgraciadamente, con la llegada de la Revolución cultural de Mao, fue expulsado y, tras una breve estancia en casa, marchó para Ecuador. Allí no cejó hasta que le destinaron al destino más peligroso: la misión de Aguarico, en el Oriente. 

 
Cadáver de Alejandro Labaka, tal y como fue sacado de la selva (fuente: capuchinos de Ecuador).

Trabajo entre los aucas
Nombrado Prefecto Apostólico en 1965, participó en el Concilio Vaticano II donde defendió los derechos de las minorías étnicas en la constitución sobre la Iglesia en el mundo (circunstancia por la que algunos le han acusado de nacionalista vasco).  En esas fechas le escribe al Papa Pablo VI lo siguiente:  “Tengo en la prefectura tribus salvajes, conocidas con el nombre de Aucas, que matan a quienes entran en sus dominios y hacen también incursiones hacia las partes civilizadas, donde siembran el terror con sus muertes. Recién nombrado Prefecto Apostólico, he asistido por primera vez al sacrosanto concilio y he sentido muy fuerte en mi interior el mandato de Cristo de predicar a todas las gentes, especialmente a estos aucas”.  Después renunció a su cargo  para cumplir este mandato. En 1975 recibió el nombramiento de Obispo y pasó a residir en la remota aldea de Nuevo Rocafuerte, donde conoció a una esforzada monja Colombiana, conocedora del idioma auca, Inés Arango, que compartía sus ideales. Después llegó el martirio.




 Miguel Gutiérrez-Garitano

2 comentarios:

  1. Me gustaria saber cual fue exactamente la causa de por qué asesinaron a este hombre...Parece que si hacia tanto tiempo que convivia con esta tribu...tenían que conocerse bien unos a otros....Si fue la causa porque se pensaban que este hombre les quería imponer la religión cristiana o porque lo confundieron con otra persona....(si no estaban acostumbrados a ver gente que no fuera del poblado)

    ResponderEliminar
  2. Bien la causa fue la desconfianza de los tagaeri hacia el hombre civilizado; ellos no distinguen entre buenos y malos; ellos han sufrido mucho, han sido cazados como animales, así que no hacen distingos, a todo el que no es de su tribu lo matan.

    ResponderEliminar