martes, 11 de noviembre de 2014

Misterios de Vitoria: el tesoro de los franceses



¿Hay un tesoro oculto en Vitoria? Desde luego mi bisabuelo Ramiro Gutiérrez así lo creía. La familia vivía entonces en la calle Becerro de Bengoa y el bisabuelo decía e insistía en que en algún lugar de la casa, entre paredes, o tal vez bajo el suelo, se escondía un tesoro fabuloso enterrado por los franceses durante la Batalla de Vitoria. Por mi parte creí siempre que el bisabuelo bromeaba, no en vano y según todos los testimonios, mi antepasado era un cachondo que aseguraba asimismo ser un descendiente no reconocido del Marqués de las Canillas y también ser el médico al que más pacientes se le habían muerto con motivo de la Gripe Española, entre otras historias jamás cotejadas o (a parte de las inevitables risas) ni siquiera tenidas en cuenta. 

La batalla de Vitoria, los soldados británicos toman Gamarra.


Respecto al tesoro, no obstante, el asunto no cayó en saco roto, porque al parecer mi abuelo Rafael fue presa asimismo de una suerte de fiebre del oro y, armado con un busca tesoros, probó suerte bajo el yeso del edificio situado entre las calles Becerro de Bengo y el Prado, frente al actual Parlamento Vasco. Al final el abuelo cejó en tan extraña actividad, sin duda porque tenía a la pobre abuela bastante cansada con sus continuas amenazas de levantar el entarimado al menor pitido del aparato de marras. Y así llegó el día, años después, que le pregunté al abuelo por el tesoro que tanto él como el bisabuelo habían buscado bajo la casa familiar. El abuelo no dijo nada, pero fue a su despacho y me trajo las fotocopias de un legajo gracias al cual descubrí -no sin sorpresa- que la broma del bisabuelo y la locura transitoria del abuelo se basaban en hecho más que reales. 


Y así fue como supe de Monsieur Ducasse, un misterioso ciudadano francés, que al parecer sufragó, a mediados del siglo XIX, una excavación en la capital vasca tras la pista de un supuesto botín oculto. La búsqueda se saldó finalmente con un rotundo fracaso, por lo que en teoría el tesosro continúa escondido en el centro de Vitoria, pero no adelantemos acontecimientos. 

Recreación de la Batalla de Vitoria en las campas de Armentia (foto: Rafael Gutiérrez).


 “Se pone en conocimiento del Señor Alcalde, por un francés, que en un sitio de la ciudad perteneciente al común hay o debe haber un tesoro”. Este escueto comunicado, -recogido en el frontispicio de un expediente perteneciente al Registro General del Ayuntamiento de Vitoria y fechado en julio de 1847-, informa de uno de los episodios más insólitos y desconocidos de los vividos en toda su historia por la capital alavesa: la búsqueda de un supuesto tesoro oculto, emprendida por el ayuntamiento de la capital vasca y sufragada por un ciudadano francés, un tal Monsieur Ducasse, que si bien no produjo resultado alguno, mantuvo en vilo durante varios días a las autoridades locales, y dio alas a la imaginación de la ciudadanía; así, aún hoy, hay vitorianos que sueñan con descubrir, en algún oscuro sótano, o tras un falso muro de escayola, el ‘tesoro de Ducasse’; que espera a que algún afortunado, ya por perseverancia, ya por mera casualidad, dé con sus riquezas bajo los edificios de la ciudad.

Del misterioso ciudadano galo, sólo se sabe que estaba lo suficientemente seguro de la existencia de un tesoro en las –en aquel entonces-, afueras de Vitoria, que no dudó en sufragar de su propio bolsillo, la búsqueda al efecto. Lo que hace sospechar, que, el tal Ducasse, había escondido (o había recibido el testimonio de primera mano), él mismo la fortuna que más tarde se propuso descubrir. De ser así, el francés tuvo que ser un veterano combatiente de la Batalla de Vitoria –21 de junio de 1813-, que, como dice José María Ortiz de Orruño, Profesor de Historia Contemporánea de la UPV, “enfrentó al ejército aliado hispano-luso-británico liderado por Wellington, con las tropas procedentes de la ocupación de la Península por Napoleón”; las cuales estaban comandadas por el hermano de éste, José Bonaparte –coronado Rey en sustitución de Carlos IV-, y que en el momento del combate “se retiraban hacia Francia cargadas con un enorme tesoro, resultado del saqueo de la península durante la ocupación”.

La batalla de Vitoria, mapa que ilustra el avance de tropas.



“Napoleón –sostiene Ortiz de Orruño-, tras la desastrosa retirada de Rusia se había quedado sin ejército, por lo que dio orden a su hermano de regresar a Francia con todos los soldados a su mando”. Pero el ejército francés no viajaba sólo; con él iba un larguísimo convoy, “conformado por toda la artillería que José Bonaparte pudo reunir, centenares de carruajes que portaban a las familias de los afrancesados, así como un fabuloso botín”, que se nutría de riquezas de muy diversa naturaleza. Las tropas de Wellington derrotaron a los franceses, que no obstante, no fueron aplastados, como era de prever, de un modo definitivo. Para el profesor de la UPV, “el hecho de que parte del ejército francés escapara en la Jornada de Vitoria, se debe a que los soldados vencedores, en el momento decisivo, se dedicaron al saqueo del tesoro”; se lanzaron a una desenfrenada carrera de expolio entre los carros del cargado convoy, que quedó varado en el barro, y era tal su tamaño, que “cubría los ocho o nueve kilómetros que hay entre Vitoria y Matauco”.



Más de tres décadas más tarde, el 15 de julio de 1847, Monsieur Ducasse se presentaba, ante los miembros del consistorio vitoriano, dispuesto a poner la ciudad patas arriba para encontrar “un tesoro oculto en una casa de propios”. En su poder portaba un permiso expedido por el Jefe político de Álava, en representación de la entonces soberana de España, Isabel II. Respecto al origen del supuesto tesoro, Ortiz de Orruño asegura que “como recoge en su obra Becerro de Bengoa, durante la Batalla de Vitoria, hubo soldados franceses que se apresuraron a enterrar o lanzar al río Zadorra, los cofres cargados con el botín, por lo que –añade-, no es descabellado pensar, que el tal Ducasse, u otra persona, pudieran haber enterrado u ocultado un tesoro en algún punto de la ciudad aprovechando la confusión”. El experto en historia contemporánea argumenta, además, que “hay que tener en cuenta que desde los momentos anteriores al choque bélico, los habitantes de Vitoria estarían aterrorizados y encerrados en sus casas, por lo que no había testigos que pudieran haber entorpecido la ocultación de un botín. A la gente, -remarca-, los franceses le daban pavor, así que es probable que ni se asomara a las ventanas, porque sabía que eso podía suponer la muerte”.


Ducasse firmó un acuerdo con las autoridades vitorianas, por el cual, según indica el legajo perteneciente al Registro General del Ayuntamiento vitoriano, “el francés se obligaba a satisfacer los gastos que ocasione el descubrimiento, con la condición de que se le dieran dos terceras partes de lo que se hallase, quedando la otra para el ayuntamiento. Pero, que encontrándose algo, serán los gastos por mitad de su cuenta y de la ciudad, y que si nada se encontrara, que él sólo pagara los gastos”. Así, se excavó de sol a sol durante varios días, en el espacio situado, según se recoge en el documento verificado por el consistorio, “en la calle del Prado entre la acera de la izquierda y el Camino Real –que cruzaba la citada calle, además de Postas, Francia, así como el Portal de Villarreal para salir de Vitoria hacia Guipúzcoa-, frente a la puerta de la iglesia del exconvento de Santa Clara”. Nada se encontró. El día 20 de julio de 1847, se puso fin a la quimérica búsqueda. Mientras tanto, para los habitantes de la capital vasca, el misterio continúa.

El convoy francés según una ilustración anónima del Archivo Municipal.


El tesoro de José Bonaparte

“Mientras los soldados franceses trataban de frenar a Wellington, la caravana que seguía a las tropas de José Bonaparte planeaba escapar por el Camino Real de Postas, que pasaba a Guipúzcoa desde Álava por Arlabán. Mas, éste fue copado por los aliados, por lo que los carros, finalmente tomaron la ruta hacia Pamplona, inadecuada para el tráfico rodado”, explica Ortiz de Orruño. “Así que –relata-,  todo el séquito quedó atascado en el barro, lo que obligó a Bonaparte y su Estado Mayor a escapar a caballo”. El profesor enfatiza la tragedia de aquellos instantes: “Eran unos 2.000 carros, entre heridos, piezas de artillería y familias afrancesadas. A eso de las cinco de la tarde, a punto de llegar la vanguardia enemiga, se desató el pánico”. Entonces vino el saqueo salvaje del convoy, primero por los propios franceses, luego por las tropas enemigas de éstos. “Y en medio –recuerda el experto de la UPV-, los civiles, para los que, la llegada de las tropas inglesas, fue una verdadera hecatombe”.

Imagen de un tesoro que se descubrió en el Mont Blanc.


“Todo el interés de la Batalla de Vitoria –escribía Benito Pérez Galdós-, estuvo en la impedimenta. Hacia aquellos cofres tendiéronse anhelantes, las manos crispadas de vencedores y vencidos”, el dramaturgo expresaba la magnificencia del convoy con esta frase: “ no pudiendo dominar España, se la llevaban en cajas, dejando el mapa vacío”. Pero, ¿A cuanto ascendía la suma transportada en aquella caravana?, Existen algunos testimonios al respecto: “Puede decirse –anotó en 1828 el autor británico W. Napier-, que las tropas marchaban pisando oro y plata sin tomarse el trabajo de recogerlos; los estados de situación de las cajas del ejército francés acreditan que había en ellas cinco millones y medio de duros, y  no se encontró ni uno”.
            Además, entre el botín había alhajas, ropa, armas, así como objetos de todo tipo y valor. “Tanto es así que en los aledaños de Vitoria se llegó a establecer una especie de mercado donde los vencedores cambiaban todo lo aprehendido y hasta la misma moneda, llegando a ofrecerse ocho duros por cada guinea, que era de más fácil transporte”, comenta Ortiz de Orruño, que para disipar dudas sobre el destino de todo aquel expolio sentencia “fueron las tropas aliadas las que saquearon el tesoro francés. Los vitorianos estaban encerrados en Vitoria por orden del General Álava, mientras que los campesinos de la Llanada, no podían acercarse a la caravana, custodiada como estaba por los vencedores”. Nada quedó, de aquel fabuloso tesoro -entre cuyos restos aparecieron, los enseres personales de José Bonaparte, y el mismísmo bastón de mando del Mariscal francés Jourdan-, para disfrute de los habitantes de la capital alavesa. Salvo quizás, la cantidad escondida apresuradamente  por un tal Ducasse, o alguno de sus compatriotas.

                                                                                   

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